domingo, julio 30, 2006

Largo verano de la anarquía


Será el verano de los soldados fotografiados al pisar suelo libanés, el de los tanques que “proporcionan” la respuesta de Israel con el asesinato de civiles inocentes. Será el verano de los cohetes Katiusha, sobrevolando la frontera del Líbano, matando en Israel y saliendo en las imágenes del telediario. Desgraciadamente, también veremos nuevos capítulos de la transformación final de Simón Peres, el viejo líder laborista, hoy Vicepresidente del Gobierno Israelí que justifica la locura.

Llenarán, todos ellos, páginas de periódicos, completarán horas de radio y nos acompañarán en las playas y las terrazas del verano. En las mañanas de domingo, protagonizarán reportajes llenos de fotos y de columnas, en los semanales de prensa escrita. Habrá quien diga que Israel se defiende, otros escribirán que a Israel se le vuelto a ir la mano y se le ha vuelto a caer el corazón. Entre los debates de la defensa y el ataque, saldrán más voces que insultarán a los que se mojan, a los que antes de los equilibrios diplomáticos, sitúan la denuncia de las prácticas abusivas, el terrorismo y el asesinato de ciudadanos, a quienes se manifiestan contra la fabricada barbaridad de Oriente Próximo y piden sencillamente, el alto el fuego y la paz que también reclaman Naciones Unidas. Será el verano de las cifras de muertos, de las imágenes de edificios derruidos en el centro y el sur de Beirut, de los terroristas que atentan en Jerusalén y matan en Gaza. Será el mes de la tensa espera, con el corazón en un puño, hasta ver qué hacen Siria e Irán –además de lo que ya han hecho-, y de qué es capaz la comunidad internacional. El envío de fuerzas de interposición a la zona, sólo sucederá si se dan condiciones garantizadas por las partes en conflicto y los gobiernos de la zona, más allá del necesario acuerdo en la Unión Europea y en la ONU. Entre el somnoliento tiempo de agosto, esperaremos a que el acuerdo llegue y las condiciones se den.En el verano de la ignominia, no se olviden de permanecer atentos a las pantallas y de subir el volumen cuando aparezca el embajador de Israel en España insistiendo en su indignación y la del Gobierno de Israel por las declaraciones y el papel del Gobierno español y el PSOE en esta crisis. No desmerezcan el papel del único capaz de poner una nota divertida y de reírse de sí mismo en medio de la locura y la muerte.
Feliz verano.

Eduardo Madina, diputado PSOE. ( texto publicado en www.elplural.com)

miércoles, julio 26, 2006

Sapere aude


Vuelve a sonar Plenilunio en mi ordenador. Encontré la dichosa canción olvidada en alguna perdida carpeta depositada en el olvido de mi disco duro. Escucharla me servirá para relajarme tras un día excitante. Esto de hacer vacaciones estudiando puede parecer propio de amigos del marqués de Sade, pero la verdad es que mola. Me gusta el estilo de los cursos de verano de la UPO. Son ya unos cuantos de años asistiendo a cursos muy diferentes, y la verdad es que, encantado estoy. El año que viene, con un poco de suerte, los cambiaré me iré a tierras madrileñas a darle ruido a los de la Fundación Jaime Vera. Con un poco de suerte. Y con un poco de tristeza.
El curso de esta semana, Franquismo de Guerra y Franquismo de postguerra, no necesita presentación. Un curso, que como dijo D. Luis Amador, vicerrector de la UPO, ayuda a construir la memoria, porque la memoria se construye. Y es preciso construirla. Sin miedos ni aspavientos, sin odios ni revanchismos, sin engañar detrás de una imposible imparcialidad. De forma objetiva, pero, obviamente, imparcial. La cuestión no es juzgar nada, ello no vale; la cuestión es conocer.
Eso si, el problema de estos cursos es el de siempre. Se llena de gente que busca, se supone los créditos de LF y ya está. El conocimiento se lo pasan por allí. Es triste ver a estos universitarios, que mientras un prestigioso historiador habla, se dedican a estudiar en las últimas filas el dichoso carnet del coche. Es triste. Muy triste. Es triste ver que se pasa el parte de firmas, la gente firma, se levanta y se va. Es triste. Muy triste.
Yo no soy historiador. Y seré seguramente más torpe que la gran mayoría de esos alumnos que se levantan. ¿Y qué? Lo importante es conocer. Sapere Aude. ¿es posible la concepción de un médico, abogado, economista, con tal desinterés por esos asuntos de vital importancia? Es la memoria de su país. La historia de España, de su país. Su historia, al fin y al cabo. No pasa nada. Al fin y al cabo, los cien “lerus” del curso son de papaíto.
Hoy al final, en otro acto, se han repartido libros con las ponencias de un curso del año 2003 sobre el exilio español editado por la fundación El Monte. La gente del curso también ha vuelto a brillar por su ausencia en gran parte. Estaba el círculo irreducible de especialistas y alumnos algo motivados por el asunto. Además claro de gente que se ha desplazado a Carmona especialmente para el acto, tal como la ex-consejera socialista andaluza Hermosín.
Los demás alumnos estarían bebiendo su cerveza a esa hora. Yo me la bebí unas horas después…leyendo por encima la historia de gente a la que debo estar aquí. Algo falla. ¿Tendrá Marta razón? Me niego a ello, obviamente.
Empiezan las gaitas de Luar na Lubre.

Laín Coubert

sábado, julio 22, 2006

El padre, el hijo y el abuelo


Hoy escribiré un cuento. Tengo una amiga, futura periodista, que escribe cuentos. Yo ya no los escribo. Mi cerebro, tras los estragos de la mala vida, es incapaz de ello. Pero siempre me quedará el copiar los de otros. Jejeje. Me permitiré el lujo de colocar aquí un cuento que aparece en una parte del libro de Saramago “Las Intermitencias de la Muerte” (Círculo de Lectores, 2006).

“Érase una vez, en el antiguo país de las fábulas, una familia integrada por un padre, una madre, un abuelo que era el padre del padre y el ya mencionado niño de ocho años, un muchachito. Sucedía que el abuelo ya tenía mucha edad, por eso le temblaban las manos y se le caía la comida de la boca cuando estaban a la mesa, lo que causaba gran irritación al hijo y a la nuera, siempre diciéndole que tuviera cuidado con lo que hacía, pero el pobre viejo, por más que quisiera, no conseguía contener los temblores, peor aún si le regañaban, el resultado era que siempre manchaba el mantel o el suelo al dejar caer la comida, por no hablar de la servilleta que le ataban al cuello y que era necesario cambiarla tres veces al día, en el desayuno, al almuerzo y a la cena. Estaban las cosas así y sin ninguna expectativa de mejoría cuando el hijo decidió acabar con la desagradable situación. Apareció en casa con un cuenco de madera y le dijo al padre, A partir de ahora comerá aquí, sentado en el patio que es más fácil de limpiar para que su nuera no tenga que estarse preocupando con tantos manteles y tantas servilletas sucias. Y así fue. Desayuno, almuerzo y cena, el viejo sentado solo en el patio, llevándose la comida a la boca conforme era posible, la mitad se perdía en el camino, una parte de la otra mitad se le caía por la boca abajo, no era mucho lo que se le deslizaba por lo que el vulgo llama canal de la sopa. Al nieto no parecía importarle el feo tratamiento que le estaban dando al abuelo, lo miraba, luego miraba al padre y a la madre, y seguía comiendo como si nada tuviera que ver con el asunto. Hasta que una tarde, al regresar del trabajo, el padre vio al hijo trabajando con una navaja un trozo de madera y creyó que, como era normal y corriente en esas épocas remotas, estaría construyendo un juguete con sus propias manos. Al día siguiente, sin embargo, se dio cuenta de que no se trataba de un carro, por lo menos no se veía el sitio donde se le pudieran encajar unas ruedas, y entonces preguntó, Qué estás haciendo. El niño fingió que no había oído y siguió excavando en la madera con la punta de la navaja, esto pasó en el tiempo en el que los padres eran menos asustadizos y no corrían a quitar de las manos de los hijos un instrumento de tanta utilidad para la fabricación de juguetes. No me has oído, qué estás haciendo con ese palo, volvió a preguntar el padre, y el hijo, sin levantar la vista de la operación, respondió, Estoy haciendo un cuenco para cuando seas viejo y te tiemblen las manos, para cuando tengas que comer en el patio, como el abuelo. (…)”

Laín Coubert

domingo, julio 16, 2006

No soy un entendido del hip hop


El espejo puede engañarte. Y fácilmente. Puede engañarte porque el espejo lo que hace es reflejar. Y los ojos que miran, pueden vivir engañados.
Vivimos en un mundo y una época con un grado de complicación elevado. Como todos, sea dicha la verdad. Pero ahora hay algo diferente. Estamos pasando de la economía de mercado a la sociedad de mercado, a la vida de mercado. Y eso hace que todo se vuelva difuso.
La juventud siempre ha sido rebelde. Mentira autocomplaciente que nos hemos creído. Para ser rebelde no hace falta ser joven. Conozco un economista que nació antes que mi abuela, con gafitas y barba, que es más rebelde que todos los que escuchan canciones que cantan a la rebeldía. Conozco a centenares de jóvenes que escuchan canciones “rebeldes” vendidas por Sony.
He ido a un concierto de hip hop. Nunca había estado en ninguno. Concierto de hip hop. No soy un entendido en hip hop. ¿Qué es el hip hop? ¿Qué es el rap? Un grito hacia la rebeldía, leo en una página que busca el google. Un grito hacia la rebeldía. Entonces podría entender mínimamente algo.
Me preguntan los más bonitos ojos negros si me ha gustado el concierto. Contesto que si, y parecen no creerme. Tendrían que creerme. Me preguntan si me ha gustado la actuación “estelar”. Yo contesto que me han gustado más otras. Y los ojos se ríen. Me dicen que estoy loco. Es que no entiendo los gritos en inglés. Prefiero los gritos hacia la rebeldía que entiendo. No soy un entendido del hip hop.
Hay que cambiar muchas cosas en este mundo. Y las cosas se cambian trabajando y luchando. Con ilusión y dedicación. Hay gente con corbata que es más rebelde que un millón de gente con gorra. Y hay gente con gorra que es más de fiar que un millón de encorbatados. La rebeldía no habita en la ropa, ni en la canción que se escucha. La rebeldía habita en el corazón. En los corazones.
No soy un entendido en el hip hop. Pero algo me gusta.

Es tu unica esperanza, es tu única oportunidad, aprende a separar los sueños de la realidad. Se capaz, de hacer algo bueno por la sociedad. Combina en tu escalada cantidad y calidad. Quítale el disfraz, al que sufre enfermedad, de creerse majestad, sin ser nadie en tu ciudad. Desenmascara al que esconde su cara tras un antifaz. Actua como quieras, pero busca la verdad.

(Frank T + Zenit)

Laín Coubert

miércoles, julio 12, 2006

سَلاَم v. 2.0


Ella no se lo planteaba, pero desde pequeña había sido mayor. No solía hacerse preguntas sobre ello, pero de niña pasó a mujer. A mujer precoz. Siempre había tenido demasiados cargos, demasiadas preocupaciones, demasiadas tareas como para preguntarse por niñerías.
Mientras que su madre trabajaba fuera de casa, ella limpiaba el hogar, hacía de comer, cuidaba a su hermano pequeño y otras muchas cosas que excedían, a veces con creces, los años que indicaba su partida de nacimiento.
Su madre no tenía otro remedio que trabajar fuera, ya que su padre llevaba años encarcelado por Israel. No sabía muy bien el porqué. Suponía que era el mismo porqué por el que otros vecinos suyos tampoco podían crecer junto a sus padres. Ella misma había crecido sin padre. Ella misma había crecido agazapada tras una cortina, agachada tras una ventana, viendo el ir y venir de tanques, jeeps, helicópteros y soldados. Escuchando por las noches los tiros, las ráfagas de ametralladora, las explosiones. Escuchando los lloros y los gritos desgarrados. Desgarrados y desgarradores. Así había pasado su corta vida. Pasando controles israelíes para ir al colegio, y volviendo a enseñar los papeles para volver a su casa. Viendo crecer un gigantesco muro que cortaba, incluso, las alas a los sueños.
Siempre solía esperar a su hermano pequeño para volver a casa. Siempre. Pero aquel día no lo esperó. Debía hablar con su profesora y le dijo que se fuera sólo.
Cuando salió de la escuela, empezó a oler el miedo. Al poco rato lo escuchó. Escuchó las sirenas. Y escuchó los helicópteros. Escuchó los inútiles tiros al cielo. Y los gritos de dolor. Empezó a correr.
Las casas estaban cerradas a cal y canto. Sus pasos resonaban en la calle. Un coche la adelantó a toda velocidad. Se fijo poco en él. No le dio tiempo. Unos metros más adelante explotó. A ella la lanzó contra la pared. Empezó a llorar. Notaba el sabor de la sangre en la boca. Notaba el calor de la sangre en la frente, en las rodillas y en los brazos. No le salía la voz para gritar, pero quería gritar. No sabía si de miedo o de dolor. Pero quería gritar. Y la voz no aparecía. Recogió, con una mueca de dolor, su mochila. Se pudo de pie como pudo, y reinició, su ahora dolorida carrera. Se metió por las calles más estrechas. Y llegó, con un suspiro a su casa. Dejó la mochila en el suelo. Y fue a lavarse la sangre de la cara. Cuando se miró en el espejo. Se dio cuenta. Su casa estaba vacía. ¿Dónde estaba su hermano? Las lágrimas volvieron a empapar sus ojos.
A la carrera, volvió a la calle. Empezó a gritar su nombre. Y eso que las lágrimas no la dejaban. La voz volvía a desaparecer.
Salió de las callejuelas. Llegó, a la carrera, a una plaza redonda. Y entonces lo vio. Había unos coches cruzados en su camino. Y entre ellos brillaba algo. Ella seguía su carrera en busca de su hermano. Encaminada hacia aquel brillo metálico. De repente escuchó la detonación. Algo le golpeó brutalmente la frente, derribándola de un salto hacía atrás. De nuevo sintió el calor de la sangre sobre la piel. El sabor de la sangre en la boca. Intento ponerse de pie. Pero no pudo. En un segundo, los contornos de las nubes se fueron difuminando. Lo blanco quedó oscuro. Y esta vez, para siempre.

Laín Coubert

lunes, julio 10, 2006

سَلاَم v. 1.0


La niña que quería dejar de ser niña estaba contenta. Contenta y nerviosa. Estaba en la parada del autobús, y se notaba las manos húmedas. La cabeza estaba un poco aturdida todavía. Cuando se levantó, por la mañana temprano, jamás se pudo imaginar todo lo que significaría aquel día en su vida. Miró un poco hacia el fondo de la calle buscando, con su azul mirada, el autobús. Normalmente no lo cogía en aquella parada, pero, dadas las circunstancias, había creído conveniente andar un poco para ver si el aturdimiento se perdía o se enredaba en cualquier esquina de aquella cálida ciudad. En aquella parada se veía bastante movimiento. Muchos soldados esperaban el autobús puesto que los dejaba cerca de la zona de los cuarteles. Aquellos soldados eran niños, solo un poco mayores que la niña que quería dejar de ser niña.
Empezó a pensar todo lo que aquel día había significado para ella. Último día de clase. Último día de clase en aquel centro escolar. La niña había crecido y debía cambiar de centro. Aquel día estaba destinado a ser el último día que lo viera. Y ella no quería que eso fuera así. Por eso, la niña que no quería ser niña, se llenó de valor y se acercó a aquel chico. E increíblemente, él, la había correspondido. El mundo se empezó a teñir del color que sólo consiguen los enamoramientos adolescentes. Los colores ganaron viveza, los olores fuerza. Amor adolescente.
Pensar que se había llevado tanto tiempo tras él, y al final, a él también ella le gustaba. El montón de tiempo que habían dejado escapar. Menos mal que ahora todo cambiaría.
El autobús llegó. Subió rápido, ya que los soldados la dejaron entrar antes. Se sentó en al fondo, junto a una ventana, justo detrás de un chico de su misma edad, con el que cruzó la mirada mientras andaba por el pasillo. Bonitos ojos, pensaron ambos.
Sus ojos azules se reflejaban en el cristal de la ventana. Estaba nerviosa. Las manos le sudaban y le temblaban. Iba a salir con el chico que tantos de sus sueños había protagonizado. Había sido tan fácil que se preguntaba a veces si no sería eso mismo un mero sueño.
El autobús arrancó. El mundo de la ventana empezó a moverse delante de los ojos azules. El tono de las conversaciones dentro del autobús ascendió. Iba bastante lleno. Era normal. Último día de clases. Inicio de vacaciones. Vuelta a los cuarteles. Muchos acontecimientos para un día. Pero el importante era el importante. Y es que ella iba a salir con el chico más guapo del mundo.
Se fijó en los pasajeros. Madres con sus hijos. Soldados con animadas conversaciones. Escolares. Personas que entraban por una puerta y salían por otra, para continuar su vida un par de barrios más alejados. Ojos de muchas tonalidades se juntaban para confeccionar un collage de vidas.
Que llegue rápido, pensaba la nena que no quería ser nena. Tenía hambre. Y su madre hoy seguro que había preparado algo especial para celebrar el fin de aquel período de estudios. Volvió su mirada hacia la ventana. Pero sólo veía coches y más coches. Se fijó entonces en la nuca del chico de delante. Tenía un color de piel bonita, medio tostada. Y un pelo oscuro.
Parecía que estaba reordenando su mochila. Parece que llevaba un par de libros y algún juguete al que se le habían soltado los cables, puesto que se veían dos cables sueltos. Volvió a mirar por la ventana. Estaba deseando contarle a sus amigas lo que le había pasado. Siempre había sido una niña algo afortunada. Pero ahora que ya dejaba de ser niña le había venido el mejor golpe de suerte. Salir con ese chico era su sueño, y lo había conseguido. Pensaba en él y su corazón se desbocaba. Siempre había sido la niña pequeña de su casa, con sus trajecitos de faldas amplias. Ahora había crecido y se había convertido en un "ex-niña" preciosa. Sus ojos azules irradiaban alegría. La alegría de los sueños acumulados por cumplir. Sueños con sabor a 15 años.
Escuchaba que el chico de delante susurraba algo. Parece que hablaba en árabe. Le gustaba el sonido de aquella lengua que tanto se escuchaba por aquella parte de Israel. Es más, le solía pedir a la chica que trabajaba en su casa que le cantara en aquel bonito idioma.
Nunca olvidaría aquel día. Poder salir con el chico más guapo del mundo. Ese pensamiento dominaba su cabeza, cuando de repente otro pequeño pensamiento empezó a abrirse hueco en su cabeza. El corazón empezó de nuevo a latir rápido, mientras ella miraba por la ventana. Pero esta vez era de puro de miedo. Empezó a juntar cosas, y el pensamiento fue ganando terreno en su cabeza. Veía los ojos azules reflejados en el cristal. Y al chico de delante, susurrando, con las manos metidas en la mochila. Por el rabillo del ojo vio a un par de soldados levantarse hacía donde ella estaba. El chico levantó algo la cabeza. Y ella giró la suya. Un segundo. El chico gritó. Sintió una sacudida. Un calor abrasador. Un fogonazo. Y la luz se cegó. La luz fue oscuridad. El vaso lleno de sueños explotó contra el suelo, derramando un espeso líquido rojizo. Sueños que se quedaron entre los hierros retorcidos de un autobús. La niña que quería dejar de ser niña, no lo consiguió. Seguirá eternamente siendo niña, pues aquel día significó mucho para ella. El día que dejó de vivir porque un chico de bonitos ojos llevaba en su mochila un cargamento de odio.
Laín Coubert

sábado, julio 01, 2006

Negociación sin negociadores


Cuando los asesinos mataban a alguien siempre se decía lo mismo: ojalá ésta sea la última víctima de ETA. Ojalá lo sea. Ahora llega la oportunidad de acabar con esta lacra del terrorismo. Y el gobierno, como debe, encabeza el movimiento. Como lo habían encabezado (porque debían hacerlo) antes los gobiernos anteriores.
Sin embargo nos encontramos con la oposición del PP. Acebes, Rajoy y compañía dicen que no se debe negociar ni con ETA ni con Batasuna. La pregunta es: ¿con quien coño se debe negociar? ¿Negociamos con Yola Berrocal el final de terrorismo?
El que tenga las manos manchadas de sangre que lo pague ante la Justicia. Eso está claro. No se puede pagar un precio político. Eso está claro. Batasuna solo se legalizará cuando condene la violencia. Eso está claro. Son tres elementos aceptados por el gobierno español.
Dice Rajoy que lo que dijo hace poco Zapatero es un atentado. Y Zapatero lo que dijo es que los vascos serán lo que ellos quieran. Para Rajoy la propia decisión de una persona es un atentado. Si piensa como él o se es un terrorista. O acaban ellos con ETA o no se acaba. Les da igual los muertos. Si se acaba con ETA se acaba con su excusa. Eso si que es un atentado. Y le aplauden sus amigos de la AVT. Y les aplauden sus amigos de la COPE pagados por el dinero de la Iglesia. Como no. Alcaraz tiene que hacer méritos. Los obispos tienen que hacer méritos. Pagar a la mano que le da de comer.
Nada ha cambiado. Todo sigue igual bajo el sol de España. Los que prefieren la guerra pese a los muertos, siguen en sus treces de no escuchar a nada ni a nadie. Así nos va. Así les va.

Hassam Seiduma