lunes, marzo 26, 2007

María


María tenía 22 años cuando decidió quitar todos los espejos que había en su casa. Nadie sabía muy bien la razón, pero lo cierto es que los espejos ya no reflejaron más sus ojos negros. María era una chica hermosa. Unos enormes ojos negros, una larga melena azabache, una tez acariciada por el sol…todo ello engarzado en la mejor joya posible: un enorme corazón. Era una de esas personas que dejan huella, y por eso sus amistades excedían con creces las posibilidades de recuento normales en una persona. Era una chica alegre, divertida, inteligente, soñadora. Pero lo cierto es que, con 22 años, decidió quitar todos los espejos de su casa.

María tenía 23 años cuando decidió que todas las personas del mundo estaban cegadas. Nadie sabía muy bien la razón, pero lo cierto es que María lo creía. Al igual que la enfermedad descrita por Saramago, la ceguera había hecho estragos en toda la gente, pensaba María. ¿Nadie era capaz de ver lo que ocurría? María pensaba que sólo sus ojos negros percibían la realidad. Muchos de sus amigos y amigas intentaron hacerle ver su equivocación, pero lo cierto es que, con 23 años, la única mirada válida para ella era la suya propia.

María tenía 24 años cuando decidió que todas las personas del mundo eran malas. El hombre es un lobo para el hombre. La gente se movía por oscuros intereses. La gente sólo miraba por sí misma. La gente era mala, perversa. Sólo ella era buena. Los demás sólo buscaban hacer daño, hacer sufrir, hacer llorar. Los demás sólo querían reírse a costa de otros. Y por eso, cuando los amigos que le quedaban intentaron decirle lo contrario, no les creyó. Cuando María tenía 24 años, sólo quedaba una persona en el mundo libre de pecado.

María tenía 26 años cuando decidió no salir más de su casa. Entre las paredes de su hogar su piel empezó a perder algo de color. Su mundo se redujo a lo que quería ver entre sus paredes, puesto que lo demás voló por la ventana. Día tras día, su piel iba tomando un color más blanquecino. Pero no había espejos que le devolvieran su imagen. Pero no había amigos que se lo dijeran. Cuando María tenía 26 años la puerta de su casa se cerró para no abrirse más.

María tenía 27 años cuando empezó a insultar a la gente por la ventana. La gente se equivocaba puesto que no le hacían caso, y ella, ante la impotencia, insultaba e injuriaba. Les gritaba a algunos vecinos, a otros les contaba mentiras sobre otras personas, y a unos últimos, les intentaba echar agua encima, o por lo menos, salpicarlos. Tenían que darse cuenta de su equivocación, y cualquier método era bueno para ello. Cuando María tenía 27 años, el fin justificaba cualquier medio.

Y así, de esa forma, vivió María. Ella sabía que el mundo era malo, ella sabía la verdad. Los espejos y las personas se equivocaban. Ella solamente conocía la receta para hacer un mundo más justo y feliz.

Un día se dirigió a su ventana. Un día se dirigió a su palco, a su ventana, a volver a insultar. Alargó la mano para agarrar el pomo y entonces vio, a través del cristal, a una pequeña niña jugando. Una niña rubita, que era observada por sus padres, sentados en un banco. Los padres estaban hablando animadamente y sonriendo. La niña se acercó lentamente a unas flores. Con suavidad arrancó una de ellas y se la llevó al banco. Llegó la pequeña con la rosa roja en la mano y los padres la besaron en la mejilla. Y luego se besaron entre ellos.

¿El mundo era feliz? ¿El mundo era feliz? María no agarró el pomo. Dejó caer la mano. Y sus ojos cambiaron. Sus pupilas cambiaron de tamaño. Y entonces lo vio. Lo vio.
En el cristal, reflejada, estaba su imagen. Una imagen deteriorada, muy lejana de aquella que fue. Años asomados a su ventana. Años envueltos en odio. En medias verdades y medias mentiras. Y María lloró. Lloró. A los 33 años, cuando María contaba con 33 años, lloró.
Laín Coubert

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, buenas.

Hace tiempo que leo tu blog, y hoy por la mañana me han dicho quien eres. Y la verdad es que me he alegrado porque, no sé si te acuerdas de mi, yo te conozco. Soy la hermana del Jesuli. Quería darte la enhorabuena por como escribes, y desearte mucha suerte para el 27 de mayo. Ya te voté para delegado del Albaicín hace años ¿eh? y ahora lo volveré a hacer. Todavía recuerdo aquella votación donde la gente de octavo votó mayoritariamente a alguien de quinto. Casi nada ¿eh? Y, como yo, espero que lo haga mucha más gente ahora.
Mucha suerte, y no dejes de escribir.
Cuando me veas por el Guaraná háblame, jeje.
Un beso.