sábado, junio 03, 2006

Niños muertos


El precio que debemos pagar por vivir es la muerte. Puede parecer un final triste. Pero sólo parecerlo. Los poemas todos tienen final. Y a él le deben parte de su belleza. La vida es apostar sin remedio, tal como diría Marta. Y esas apuestas, esos aciertos y esas equivocaciones, son las que encierran el secreto. Pero eso ocurre en las vidas que nos rodean. Hay otras vidas.
Hay otras vidas. O por lo menos las había. Se ve en la tele unos ojos oscuros que ya no miran. Un niño tendido en el suelo. Alguien le levanta la camiseta. Tiene en el costado un lunar gigante. Lugar por el que entró una bala. Vida de un niño truncada porque a un soldado americano le dio la gana de terminar con tal peligroso terrorista armado con chupete. Sueños e ilusiones destrozados contra la pared de la insensatez. Matanzas contra personas, fruto de la desesperación, del miedo…o de la maldad. Maldad que todos llevamos dentro porque es parte del juego. Pero maldad que podemos controlar y debemos controlar para estar dentro de los límites del tablero.
¿Qué día dejará de ser noticia Irak por la sangre vertida por uno y otro lado? ¿Qué día podrá la gente de Irak apostar en su vida a tomar decisiones sin temor a que esa decisión le acarree la muerte?
Algunos todavía nos deben un perdón.

Laín Coubert

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