lunes, julio 18, 2011

Vida

El helado de gintonic que se derrite por Santa María La Blanca, a la altura de esa terraza de bar donde se escuchan mil y una lenguas. La cerveza tomada al borde del Guadalquivir con el ventilador y su húmedo soplar. El conducir a las cuatro de la mañana, tranquilo, sin prisas. Las risas y empujones en la cocina mientras los macarrones están al fuego y el microondas pita con insistencia. Los sueños enredados y confundidos. La noche de teatro en Mérida o el paseo por Úbeda con las estrellas a nuestros pies. Las canciones a través de kilómetros, que se diluyen en el aire para tomar al asalto el horizonte del cerebro. Las tardes compartidas empujando el carrito por los pasillos del super. Los besos, abrazos, caricias. Los nachos a los pies de la Giralda. El paseo por las calles tranquilas que rodean al colegio Albaicín. Los sms. Los mails. El facebook. Los encuentros y los encontronazos. El abrir los ojos y el verte ahí. El escuchar y el oir tu respiración. Las cervezas en el Tribal, el pulpo de la Jacaranda o los cubatas del Lampi. Los libros en la mesita. Pero sobre todo la ilusión conjunta.
Es increiblemente maravilloso y maravillosamente increible lo que cambia una vida cuando se ve a través de cuatro ojos y no a través de dos.

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Laín Coubert

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me alegro.

Ya vereis, cómo con el paso del tiempo, todos esos cuatro se funden en sólo dos.

Saludos.