martes, mayo 23, 2006

Preso de un triste adiós


Muchas veces me he puesto delante del teclado para intentar que esas teclas, pulsadas en determinado orden, expresen un reflejo, tibio reflejo, de lo que mi corazón siente. A veces, muy pocas veces, tienes la suerte de cruzarte en la vida con personas que tienen algo especial. No se sabe muy bien lo que es. No conoces la naturaleza de tal don. Pero lo tienen. Y Marta lo tiene. Sólo hay que pasear los ojos entre sus letras para verlo. Gracias Marta.


Flor innata de la vida, acariciaba sonrisas a su paso y desprendía aromas de pasión. Su olor aun tengo grabado, en mis noches de agonía, encerrado, a veces siento su brisa, y las lágrimas me huelen a su pelo, mi pecho, a dolor. Nuestro error, eso que llaman amar gastando sudor, no se si fue pasajero o ya cosa de una vida, perdí la noción del tiempo. Mas lo siento, que lo único que recuerdo después de haberla conocido es su recuerdo, solo eso. Su sinfonía, cautivadora, me hipnotizó; y lo di todo, hasta mis sesos, los di yo, que todo hoy pierdo, todo, hasta su voz. Y ya no se, si es de día o si es de noche, si me ilumina la luna o el sol. No se tan siquiera, si sigo vivo o sigo muerto, si este es mi cuerpo o con ella, también, se quedó. Que puedo hacer yo, prisionero de su destino, si no es seguir siendo un cretino que vive sin más esperando el fin de sus pensamientos, de sus delirios empapados en alcohol. Que mi reloj paró y el espacio enmudeció, y mis lamentos, en este frío folio, al son de mis demonios, son solo los lamentos de un cansado y pobre viejo, envejecido, por amor. Acurrucado en mi silencio, roto por su espectro que aun susurra mis defectos, me hallo preso, de un infinito, tortuoso ruego, de un mezquino y triste adiós.


Marta Álvarez Martín (Cádiz)

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