sábado, marzo 10, 2012

Casi nada

Los oigo cantar pero no puedo atravesar con la mirada las ramas para ver donde están. Y eso que se escucha como si fueran una banda, una orquesta, una legión de ritmos extraños que se levantan hacia el sol. A veces el cantar te lleva a mirar la palmera. Pero no se ve ningún movimiento. Giras la mirada hacia el pino. Y tampoco ves nada. Entonces surge la duda. Y tus ojos se vuelven de nuevo hacia la palmera. Pero tampoco se advierte ningún movimiento. Pero están ahí. Cantando y jugando a una extraña versión del escondite donde siempre ganan. 
Los geranios se están secando. Y eso que el sol no ha apretado todavía. Tengo que recordar más a menudo el subir y coger la manguera para regarlos. Tengo que hacerlo. Me lo intento grabar en la mente, aún sabiendo que, posiblemente, dentro de cinco minutos ni me acuerde de que había intentado grabar algo en mi cerebro. 
El cielo azul. Maldigo todas las ocasiones en la que pudiendo hacerlo no lo he mirado. Ese azul mágico me maravilla. Me hace sentir pequeño y grande al mismo tiempo. Aunque debo reconocer que me gusta más el cielo nocturno. Cuando mis amigos, los que no se muestran ahora, se van a dormir, y el cielo se llena de reflejos de estrellas lejanas, de estrellas que quizás ya ni existan, todo se llena de una extraña tranquilidad. Las estrellas, un vaso con un buen bourbon y conseguirás que tus sueños y tus ilusiones se sienten en el asiento de al lado. No falla. Y por si fuera poco eso, el frescor que acaricia la cara viene bañado en un aroma que hace que los trazos mentales que unen las estrellas desprendan un esperanzador color. Casi nada.
Laín Coubert

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