Quizás sean las letras que entran a empujones por mis ojos en estos días las que proyectan un reflejo en la que se ven elementos dispersos que conforman un lienzo en el que se abrazan pasado, presente y futuro. Y es que cuando sonaba la canción de Phil Collins montábamos un flashmob sin saber que coño era eso y, lo que era más difícil, sin movernos. Podía ser en los soportales del Catalana Occidente, de camino al Prado o en la puerta del laboratorio. Y es que cuando se está sentado tantas horas en un suelo común, con las espaldas en una pared compartida y las adidas de colores balanceándose a un mismo imaginario ritmo los sueños se entrelazan. Porque mi revolución descansa en vuestras risas y sueña en vuestras pupilas.
Porque no llegaré a comprender el porqué de los apuntes cogidos en rosa ni de los papelitos perdidos en la última revista a traducir de la APA, no entenderé el porqué una Samuel Smith sabe diferente compartiéndola a pequeños sorbos, ni concebiré las carreras bajo un paraguas que no impedía la mojada ni el resfriado.¿O por qué los huevos siempre reventaban en la mano antes de ser lanzados? ¿Y cual erá la causa por la que aquella paloma negra a la que bautizamos como Charcot nos bailaba al mediodía al ritmo de una canción del verano olvidada? Porque mi revolución se disfraza con una toga de colores y se llena de regaliz los oscuros bolsillos.
Y sin embargo mi revolución ha comenzado. He dado el primer paso. Ya tengo una cama desde donde se ven las estrellas.
Laín Coubert
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