jueves, junio 09, 2011

;p

No podría mentir en ello. Caí en hacienda de rebote. Nunca me lo había planteado ni jamás se me había pasado por la cabeza. Fruto de una casualidad que, sin embargo, ha marcado estos meses, estos años y, posiblemente, mi vida. Tras esa decisión han venido otras muchas decisiones. Algunas acertadas y otras equivocadas. Nunca tampoco pensé que iba a llorar siendo concejal. Y esta delegación me lo ha demostrado. Y me ha enseñado la importancia de llorar por impotencia. La importancia de obsesionarse con algo y luego no poder sacarlo adelante. Las mañanas compartidas en tesorería haciendo cuentas que nunca nos conseguían calmar, las manos en la frente, las carreras por los pasillos del opaef o los de diputación, los cabreos para encontrar un aparcamiento en La Cartuja, las sonrisas en intervención. Los gritos algunas tardes cuando me juntaba con el clan de los filósofos, los golpes en la mesa al son de la canción, o los sueños que hacían sudar. Los cochazos a Gines o a Brenes, las carreras a la imprenta, el corazón acelerado cuando faltaban ceros, el tragar saliva cuando las horas pasaban y el dolor de cabeza aumentaba, las aspirinas que se perdían y la calculadora que echaba humo...
Pero lo que nunca podré olvidar serán esas tardes compartidas. Esas cervezas con mi grupo de hacienda e intervención. Esas tardes en el lechuga, en el convento 33, en la cruz o donde surgiera. Tras discusiones, peleas o encontronazos siempre había una realidad: desde sus ideas todos y cada uno nos esforzábamos por mantener a flote un barco que se encontraba demasiados icebergs en el camino.

Gracias a todos y todas.

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Laín Coubert

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