jueves, noviembre 16, 2006

El bar "los trece"


Aquella chica del bar Los Trece estaba confusa y cansada. El tiempo la estaba transformando sutilmente con cada acontecimiento que veía florecer por esos ojos adormilados y soñadores. Todo era distinto y duraba menos. Cada vez iba perdiendo más paciencia y ganando más sensibilidad.Aquella chica, la que una vez inundó el bar Los Trece con sus lágrimas y furia, maldecía su destino. Su puñetera vida. Y le escupía, le gritaba, le gemía y caía rendida a sus pies, maldita vida que le hacía pasar esos malos tragos.Aquella chica, la que una vez la suerte la trajo hasta el bar Los Trece, caminaba dando tumbos. E iba perdiendo el sabor de las cosas. Pasaba las horas tumbada en aquel incomodo sofá, con la tele delante y el pensamiento perdido. Sin hablar. Sin levantarse.Aunque a veces, aquella soñadora que visitó el bar Los Trece, lloraba sin que nadie pudiera verla. Porque juró que nadie más vería una sola lágrima suya. Y se encerraba en su habitación y de su cara caían lágrimas transparentes que solo ella podía ver y sentir. Su corazón protestaba y ella aguardaba y disimulaba e incluso sonreía a los hombres que se atrevían a fijarse en su delicada figura.El bar Los Trece era un bar como otro cualquiera. Situado en un barrio pequeño y con clientela escasa pero frecuente: trece hombres con trece vidas diferentes y un vicio en común, la bebida. El bar era su refugio ante los conflictos cotidianos que la vida presentaba cada mañana en sus puertas. Más de treinta bocas que alimentar, diez esposas a las que satisfacer, tres mujeres a las que encontrar, e incontables dilemas, morales y materiales, que resolver. Con tan solo veintiséis manos y trece cerebros. Y ahí estaba él, infante alcohol, ofreciéndoles siempre una salida segura. Un camarero vestido de blanco hacía de cura y verdugo, porque a su manera, infante alcohol también solucionaba sus problemas económicos.Pero apareció ella, la chica de sentimientos amargos y odio profundo. Y lloró delante de ellos y les miró con desprecio y descargo antes sus ojos rojizos toda su rabia. Insultó a infante alcohol y a sus trece discípulos, porque el número quince le había arruinado el resto de la vida que le quedaba. Y a pleno pulmón sacó fuerzas para decir sus últimas palabras sinceras, que aún en catorce mentes grabadas están:¡Egoístas! Me habéis matado entre todos, y que importa si sois trece, catorce o quince o veintiséis si hacéis lo mismo. Dichoso camarero que ni es verdugo ni confesor sino una mera estatua de pura piedra, como el resto. Porque en vosotros está el mal de este mundo y, por supuesto, mi mal. Os llamo para que veáis caer la última lágrima que os regalo y que inicia el principio de mi larga muerte, esta que ahora derramo después de mezclar mi llanto con vuestro alcohol.

Texto de Marta Álvarez

Laín Coubert

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