
Otro año, mientras las playas se llenan y los chiringuitos se convierten en lugares de reunión, a Martita y a mi nos dió por hacer un viaje un tanto raro. Se viene a unir a los viajes a Trujillo y Mérida con todo el calor del año pasado y al de Ayamonte de este febrero.
Tres días pasados en la capital almeriense, después que todo empezara por casualidad al conocer
uno de los atractivos de la ciudad y el estar buscando algo diferente que hacer. Parecía una buena idea conocer esos refugios que deben estar cargados de historias.
Tras unas horitas de coche, cruzando Andalucía (¿te gusta conducir?), y tras que el gps se volviera loco por el centro de Almería por las obras, pudimos comprobar como el encontrar aparcamiento cerca del hotel era misión imposible. La solución: pagar el parking.
Tras ello, el callejear y el disfrutar del tapeo de la ciudad (maravilloso pescado), todo un aperitivo al paseo por la playa y por los monumentos de
Almería. No son tan abundantes como en otras ciudades, pero realmente, y por ejemplo, la visita a la
Alcazaba nos maravilló y nos asombraba a cada paso. Las vistas, el lugar, lo que supone en la historia, los estudios realizados....
Estuvimos todo el tiempo rodeados de un calor pegajoso, típico de nuestros viajes. Algo que se acentuaba al mirar alrededor de la ciudad y ver esos parajes desérticos rodeándonos y que nos llevaba a ingerir bebidas como si casi ni fuéramos sevillanos.
Con todo, al final lo de los refugios, imposible de hacer: las citas previas agotadas. ¡Magnífico! Pero bueno....como todos los viajes con Martita, mereció la pena.
Laín Coubert