
El día era intensamente frío.
Cuando el Escalade enfiló la autopista el copiloto vió la larga hilera de luces rojas que la jalonaban. Pero el Cadillac fue rebasando uno a uno los demás vehículos, sin apenas dificultad. Miró atrás, hacia los sillones posteriores, y sorprendió a su compañero enfrascado en la lectura de un diccionario. Maldita costumbre sacada de, según una vez contó, un detective de novela negra. Leer diccionarios. Vaya costumbre.
Volvió la mirada adelante, y tras los cristales tintados, se relajó. Entre las piernas sentía el peso de la Steyr AUG A3, su compañera desde hacía tiempo. Un arma austríaca, una bullpup o sea, un arma que tenía el cargador detrás del gatillo, cuyos orígenes se remontaban a finales de los 70 y que daba magníficos resultados que no habían pasado desapercibidos a diferentes fuerzas especiales que la habían adoptado como arma estándar.
Cerró los ojos, rodeado de la música que reproducía la radio, y esperó a que el coche llegara a su destino.
Laín Coubert
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